Hay adelantos que son cosa del demonio

Mi suegra vivía en una casa cerca de la tienda del Pedro, que era algo primo nuestro y le estuve ayudando a cambiar los cordones de la luz de aquellos forrados de tela por cables modernos y poniéndole bombillas nuevas.

Me acuerdo que la primera vez que yo fui al pueblo para conocerles a todos mis suegros tenían un aparato de radio en la cocina, puesto encima de una repisita de madera un poco manchada de jalbegue que me imagino que habría hecho mi suegro, que se le daba bien tirar de martillo y clavos y hacer esas cosas.

Por la noche escuchaban radio Andorra, que había un programa de discos dedicados y las familias que tenían emigrantes mandaban cartas para que ellos las oyeran en Alemania o donde quiera que estuviesen.

Por aquel entonces en las capitales ya había en muchas casas aparatos de televisión, pero en los pueblos todavía no tenían más que casi en las tiendas, así que la siguiente vez que volvimos de vacaciones al pueblo les llevé una y se la puse en la cocina para que pudieran verla mientras estaban comiendo o cenando.

Mi suegra le hizo una funda a la medida con una sábana vieja decía que para que no cogiera polvo y no le cagasen las moscas.

Cuando estaba sola se pasaba el rato limpiando la pantalla con un trapo, y miraba la parte de atrás como si le preocupase que se tapasen las salidas de aireación del aparato. No había manera de convencerla de que no hacía falta cuidarla tanto.

-Sí, porque los que vienen a nuestra casa tienen que ver que la tenemos limpia. Si no qué van a decir por ahí de nosotros.

Me di cuenta de lo que pasaba un día que estaban viendo los toros y empezó a verse algo mal, no sé si porque había tormenta o por lo que fuera. La cosa es que se me ocurrió echar un vistazo a la toma de la antena, y cuando mi suegra vio lo que iba a hacer empezó a dar voces:

-Chiquito, apártate de ahí ahora mismo.¿Pero no comprendes que cuando vaya a meterse otro toro en la televisión te va a pescar en medio del paso y te va a llevar por delante?

Todavía me acuerdo de que se enfadó cuando me eché a reír sin poder evitarlo, y unos años más tarde lo comentábamos entre todos.

-Nosotros no entendíamos entonces de esas cosas -decía mi suegro justificándola.

Y tenía razón. Cuánto ha cambiado todo desde la primera vez que fui al pueblo.

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