El palomar

De muy niños nos contaban que la Luca y la Zarramanguina vivían dentro de allí con las palomas, y que algunas noches especialmente oscuras salían como sombras arrastrándose por el suelo para no ser vistas y ululaban por la boca de las chimeneas y por las gateras de las puertas de las casas. Ninguno habíamos visto nunca ni a la Zarramanguina ni a la Luca, y a ratos las imaginábamos monstruos espantosos que querían llevarnos cogidos por los pelos al infierno y a ratos animales antropófagos salidos del monte empujados por el hambre que querían comernos.

El día de Santiago mi abuelo todos los años nos llevaba al palomar a coger los pichones nuevos para que mi madre hiciese arroz con ellos y celebráramos su santo. Una vez alguien nos sacó una fotografía mientras le esperábamos, que estuvo puesta mucho tiempo en la repisa de la chimenea hasta que acabó por extraviarse y no hemos vuelto a verla. No creo que yo tuviese más de cuatro años, cinco a todo tirar. Llevaba una camisa blanca de manga corta, unos pantalones azules hasta más abajo de medio muslo y unas alpargatas rojas. Mi hermano, dos o tres años mayor que yo, estaba colocado en par del salidero de las palomas preparado con un tiragomas por si alguna se escapaba volando, y yo cerca de un almendro que había casi en la surquera con una cachava en la mano para pegar con ella a las palomas que acudieran a posarse en las ramas. En aquel tiempo pensábamos que un tiragomas y una cachava bastaban para cazar palomas al vuelo.

Entonces los palomares eran muy apreciados porque la paloma se consideraba una carne muy delicada. Dicen que hace cincuenta años llegó a haber más de dos mil palomares en Castilla, unos cuadrados y otros redondos, que se hacían de piedra, adobe o madera. Solían situarse cerca de los pueblos porque era más fácil atenderlos y estaban algo más seguros contra cazadores furtivos y otros peligros. Con el paso del tiempo fueron abandonándose, pasando a ser sólo una parte del paisaje, y en muchos sitios terminaron rehundiéndose. Por suerte, el de mi abuelo ha soportado bien el paso del tiempo y pronto cumplirá cien años desde que él mismo lo construyó en la parte bajera de la tierra que desde aquel momento conocemos con su nombre, a las afueras del pueblo a la izquierda del camino que va a Santervás.

Al cabo de un buen rato esperando veíamos que una sombra oscura asomaba por la puerta del palomar llevando un saco a la espalda, y un escalofrío nos corría por todo el espinazo cortándonos la respiración por el miedo. Era mi abuelo que salía muy agachado, llevando una ristra de pichones colgados de una cuerda de bramante, y corríamos hacia él para ver los que había cogido y saber cómo eran de grandes.

-¿Qué vamos a hacer con tantos?

-Unos nos los comeremos hoy mismo con arroz y otros los pondremos en escabeche.

-¿Has visto a la Zarramanguina? -le dije-.

Y él se quedó callado, mirándonos, y me tocó la cabeza alisando mi pelo con su mano algo temblorosa y llena de afecto.

-¿Queréis ver el palomar por dentro?

-No. No.

Desde allí íbamos los tres dando un paseo hasta la primera viña y cortaba para nosotros los primeros racimos maduros de una cepa que llegaba antes que las otras. Estando allí, mientras nos comíamos de dos en dos aquellas uvas más dulces que ninguna, los pájaros acudían a la sombra de los nogales revoloteando alborotados en un griterío amarillo con algarabía de fiesta. Si alguna paloma echaba a volar de las troneras del palomar abiertas a los cuatro vientos para que ellas salieran, nos quedábamos mirándola levantar el vuelo camino de los encinares del monte. Desde lejos, relumbrando el sol de la tarde en sus paredes de piedra, el palomar era un sobrecogimiento de ascua encendida que destacaba en medio del campo hasta que la última luz del día terminaba extinguiéndose.

2 comentarios

  1. No sé por que, pero siempre me llamó la atención la presencia del palomar de mi abuelo, en medio de una tierra de labor. Una vez pusimos una fotografía en la web, y alguien me mandó un e-mail preguntándome que si era un torreón medieval, y me di cuenta de que, lo mismo que a mí, a los demás también les sorprendía su presencia, como levantado en medio de la nada, atrayendo la atención por sí mismo, con su sola presencia.

  2. Qué bonito lo que estáis haciendo. Estamos sumergidos en la vida moderna, con tanta tecnología, que nos olvidamos de dónde venimos y lo cerca que lo tenemos.

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