Fuentearmegil chinga el barril…

Los que vivimos lejos de donde nacimos muchas veces cultivamos un cierto sentimiento de nostalgia y recuerdo de lo que vivimos cuando estábamos en el pueblo, y al mismo tiempo guardamos una especie de pudor hacia aquellas cosas que consideramos peculiares y diferentes de las que hemos encontrado en otros lugares.

Un día la casualidad nos trae un olor que relacionamos con la infancia, como el olor a tierra recién arada o el de la leña al arder en la lumbre; también puede ser un color especial que para nosotros representa un paisaje casi olvidado, como una finca tapizada de trigo naciendo… Yo no puedo evitar parar el coche cada vez que yendo por cualquier carretera me encuentro un rebaño de ovejas en una pradera, y me gusta quedarme un rato observando cómo carean y escuchando la melodía de sus balidos, que me transportan a otro lugar y otro tiempo.

Hoy ha sido un chascarrillo que casi había olvidado, y que nunca se me hubiera ocurrido que podría encontrarlo por internet:

«Fuentearmegil chinga el barril,
Santervás la tripa atrás,
Fuencaliente la tripa caliente,
y Zayuelas rompecazuelas».

Siempre pensé que se trataba de una estrofilla popular que encerraba una cierta crítica o burla, muestra de algún modo de las consabidas desavenencias entre vecinos, y tal vez fuese así.

Sin embargo, en este caso cada uno de los versos está dedicado a uno de los cuatro pueblos que forman el término municipal y ninguno de ellos se libra de la consiguiente maledicencia. Es como si el inventor de la frasecilla no fuese de ninguno de ellos.

Si creyésemos textualmente lo que la estrofa nos dice, pensaríamos que la gente de Fuentearmegil sobresale por su afición al vino, que los de Santervás tienen algún tipo de desorden biológico difícil de explicar, que los de Fuencaliente son unos comilones, y que los de Zayuelas destacan por su falta de destreza con las manos…

Quiero creer que nada de ello es rigurosamente cierto y, por el contrario, me temo que obedece sólo a la necesidad de rimar de una manera un poco forzada el nombre de cada uno de los pueblos con alguna cosa más o menos inmediata.

Eso ahora es lo de menos. Lo cierto es que, al leerlo hoy desprevenidamente, se me han venido a la cabeza no sé cuántas imágenes antiguas, no sé cuántas sensaciones olvidadas, que han despertado con la fuerza evocadora de todos los recuerdos de infancia.

«Fuentearmegil chinga el barril,
Santervás la tripa atrás,
Fuencaliente la tripa caliente,
y Zayuelas rompecazuelas».

Si quitamos las palabras, si quitamos lo que significan o no significan, si quitamos incluso el ritmo y la rima al pronunciarlas, nos quedamos sólo con el sedimento que permanece en el fondo del vaso cuando bebemos vino con un vecino y brindamos por lo que somos y por el sitio donde nacimos.

Que sea por muchos años.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.